Por fin han llegado las vacaciones, bueno un momento, han llegado para nuestros hijos. Muchos de nosotros, aún estamos trabajando y nos quedan semanas para disfrutar de ratos de descanso en familia, dormir hasta más tarde y sobretodo dejar de correr. En mi proceso vital de ser madre este verano comienza diferente, profundamente diferente. Y ¿qué ha cambiado específicamente? , simplemente el lugar desde donde me posiciono como madre. Os cuento una nueva mirada en vacaciones..
Sabéis que una de nuestras preciosas responsabilidades como padres, según la educación de la excelencia es acompañar a nuestros hijos en su proceso de maduración. Y este punto a veces se confunde. Creemos que por ser padres, y por lo tanto mayores que ellos,
Y puede que, por nuestra experiencia en la vida estemos en lo cierto a menudo, y al mismo tiempo comparto contigo como ellos, nuestros hijos, pequeños o adolescentes, también nos enseñan y nos instruyen.
Fruto del trabajo profundo conmigo misma, la flexibilidad es una de las competencias que más valoro en mí como madre. Como profesional también las trabajé, primero en el entorno de recursos humanos y ahora como Coach educativa.
Además, en mi experiencia acompañando a familias, observo como madres y padres, viven inmersos en el recurso del “control”, creyendo que si las cosas ocurren como ellos quieren (por ejemplo, que las notas y los comportamiento de sus hijos, sean “los que deben ser”), ellos estarán felices. Y toman conciencia en la sesión que bajo la magia del control, hay una “falsa seguridad”. En algún momento vital aprendieron que para ser feliz, algo fuera de ellos debe ser como “yo quiero”. Y os hago una pregunta, ¿a qué os recuerda esta mirada?, ¿Desde dónde estamos mirando la vida si lo que quiero es que algo de fuera sea como yo quiero?, y si no lo es: me enfado o me entristezco. Es la mirada de una niña, que patalea o llora cuando “no le dan aquello que pide”.
Y en profundo trabajo conmigo misma, me he dado cuenta como esa niña habitaba en mí en un cuerpo de adulta. La niña en un cuerpo de mujer desprovista de herramientas, era agotador y doloroso. Ya está integrada, la Belén niña, acogida, y amada.
Esta mirada de niña aún continúa en algunas de nosotras, porque de alguna manera nos quedamos “congeladas” en esta etapa vital, o en la adolescencia. Hay muchos para qué hacemos esto de manera inconsciente, por ejemplo para honrar a mamá o papá, o simplemente por supervivencia , siendo niña no tengo que hacerme cargo de todo lo que ocurre, y así puedo “echar balones fuera” y que sean los demás los que cambien para que yo sea feliz.
Y este trabajo de acoger a mi niña, he podido realizarlo gracias a mis hijos. Realizando una mirada más amplia ante los conflictos, en la convivencia familiar, es aquí, donde más he aprendido de mí, a conocerme y a sanar mis heridas.
Y de esta manera te invito a una última reflexión: Cuando estás en una discusión con tus hijos, o sientes rabia por algo que ha ocurrido, o te reconoces juzgando alguna parte de ti, ¿puedes identificar quien es la que sufre? ¿La niña o la adulta? y si es la adulta, ¿puedes reconocer como tienes los recursos necesarios para sostenerte en la vida por ti misma? O ¿hay algo que necesitas que cambie en “el otro” para que tu estés bien?, si es esto último, es aun la niña la que gobierna tu vida.
Te animo a que acojas a la niña que vive en ti, la escuches, la atiendas y mira a ver que necesita. Solo de esta manera puedes vivir la maternidad sin dramas, sin ansiedad, sin expectativas. Porque eres adulta y tienes los recursos necesarios para sostenerte por ti misma, sin que nade de fuera cambie. Y de pronto la flexibilidad, los cambios de planes, la falta de rutina, los juegos, la falta de disciplina, tienen un enrome sentido.