Los errores se presentan en nuestro día a día en distintas situaciones en el aula. Aprender de los errores es uno de nuestros compromisos como adultos. Y ejercitar este “músculo” es una de nuestras responsabilidades como docentes en el aula. Nuestros alumnos encuentran en nosotros una inspiración, un aliento y el coraje para avanzar ante sus retos.

A menudo hablamos de errores poniendo la atención en el resultado, que no ha sido ”el correcto” , o “el que esperábamos” (se cuelan ya nuestras expectativas).
Quiero extender la mirada en este post para profundizar más allá del resultado aparente.

La sociedad de hoy día nos invita a medirnos y valoramos por “los éxitos”. Vamos a hacernos algunas preguntas:
· ¿Cómo me siento yo, como docente, con este resultado? (quizás la nota global de la clase ante un examen, el desencuentro entre dos alumnos en el recreo, la actitud de la clase en una excursión, etc…)
· ¿Cómo me he visto yo como docente durante “este proceso”?
· ¿Cómo me he relacionado yo en estas circunstancias?
· ¿Qué puedo aprender de mí, de mi forma de enseñar ante esto que ha ocurrido?

El Coaching educativo nos aporta un poder inmerso para “aprender de los errores” y ese poder es la toma de conciencia:
· Del resultado y del proceso: somos responsables de algunos aspectos en el aula: de nuestra escucha, de la mirada a cada uno de los alumnos/as
· De nuestra palabras, revisarlas para que cada uno de ellas inspire, aliente, motive, aporte energía para continuar en lo que estamos aprendiendo
· De cómo me relaciono en el aula: tener una mirada apreciativa a cada uno de ellos/as, que les aporte confianza.
· De mis emociones: si son posibilitadoras a la acción, para que avancen, progresen y florezcan todos sus talentos.

Aprender de los errores nos hace humanos .Y nuestra vulnerabilidad es la que podemos compartir con nuestros alumnos/as en el aula. Que reconozcan que aprender es un proceso y a veces, distraídos o atentos en otros elementos de la ecuación de aprendizaje, olvidamos poner el foco en algo importante .

Aprender de los errores nos hace responsables para mirar con ojos de niños, como discípulos, como aprendices de la vida que somos, olvidando el antiguo papel de que “todo lo sé y no me equivoco”.

Aprender de los errores es abrazar y acoger nuestra tristeza ante la pérdida, de que no hemos conseguido el resultado, el objetivo;

Aprender de los errores nos ayuda a tomar contacto con la voluntad, la ilusión, la fuerza, el optimismo de saber que “esto que he hecho” no ha valido y que existen muchas más formas de hacerlo.

Aprender de los errores me aporta un mensaje: “No soy lo que hago”, mi SER es mucho más grande.

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